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Energía, biodiversidad y salud

Por Javier García Breva para Energías Renovables

La masa de todo lo artificial creado por el hombre ya supera la de todos los seres vivos. La masa de edificios, infraestructuras y plásticos, o masa antropogénica, supera a la de humanos, animales y plantas. La masa antropogénica, que se duplicaba cada 20 años, se habrá triplicado en 2040 debido a que mientras crece todo lo artificial, lo natural decrece. Son las conclusiones de un estudio que un grupo de investigadores ha publicado en la revista científica “Nature”.

Los modelos de crecimiento que se han desarrollado durante el último siglo han alterado los límites que regulan la biosfera y los ecosistemas hasta un punto en que el concepto de sostenibilidad debería desaparecer de la retórica con la que se emplea en la política económica y energética, incluso cuando se habla del cambio climático, para referirse exclusivamente al equilibrio entre los recursos del planeta y la actividad humana.

cambio climático

El informe anual del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), sobre el cumplimiento del Acuerdo del Clima de París de 2015, destaca que los planes que han presentado hasta ahora los gobiernos no evitarán que la temperatura del planeta se incremente 3,2 grados a final de siglo y que las medidas fiscales mundiales aprobadas para combatir la Covid-19, casi 10 billones de euros se dirigen a una recuperación económica de alto carbono.

La caída de las emisiones por la pandemia va a ser irrelevante y el Pnuma ha advertido que los planes energéticos no servirán de nada sin medidas que faciliten a los ciudadanos cambios de hábitos y la mayor eficiencia energética en el transporte y los edificios.

La pérdida de biodiversidad acelera el cambio climático

La acumulación de infraestructuras, bienes y servicios se ha producido con un derroche de recursos naturales y la utilización masiva de combustibles fósiles con impactos ambientales, como el deshielo del Ártico y la Antártida por el calentamiento, y sociales, como el aumento de la desigualdad y la desafección política a causa de regulaciones e instituciones extractivas que detraen rentas de los consumidores para aumentar los beneficios de las grandes corporaciones y que, según Daron Acemoglu y James Robinson, han determinado el éxito o el fracaso de los países.

Según los investigadores Iñigo Capellán-Pérez y Carlos de Castro Carranza de la Universidad de Valladolid, la biosfera representa la base material sobre la que se sostiene nuestra vida como humanos y su degradación impactará irremediablemente en nuestro bienestar futuro como sociedad. La civilización no puede vivir sin la biosfera y ésta no nos necesita. La biosfera integra múltiples ciclos interrelacionados y ecosistemas interdependientes que determinan la biodiversidad y los recursos que necesitan los seres vivos.

Los ecosistemas sirven para regular el clima, la atmósfera, los suelos, los océanos, el agua, las medicinas, los alimentos, los residuos o las emisiones. Los ecosistemas necesitan una elevada biodiversidad para cumplir estas funciones. Cuanta mayor sea la riqueza y variedad de plantas, animales y microorganismos mayor será la protección que tendrá la humanidad frente a los riesgos de enfermedades o fenómenos climáticos extremos. Por el contrario, la pérdida de biodiversidad supone una amenaza para el futuro de nuestra sociedad.

La acción del hombre está acelerando este proceso con un modelo de crecimiento insostenible que consume más recursos de los que la tierra genera y acelera el cambio climático que, a su vez, acelera la pérdida de biodiversidad.

La energía, el modelo de crecimiento y los ecosistemas

Si el modelo de crecimiento ha degradado el medioambiente hasta hacernos vulnerables ante el cambio climático y las enfermedades es necesario un enfoque de las fuentes y usos de la energía que tenga en cuenta sus interrelaciones. Una visión de conjunto evidencia cómo un mal uso de la energía puede afectar al funcionamiento protector de los ecosistemas y a la desprotección de la sociedad ante el aumento de la contaminación, el calentamiento, los nuevos virus o fenómenos climáticos extremos. Todos son hechos interdependientes.

La pandemia del coronavirus es un buen ejemplo. El biólogo Fernando Valladares lo ha expresado acertadamente al considerarla como una consecuencia de la injerencia del ser humano en los sistemas naturales del planeta. Y explica cómo la conexión que se ha hecho entre el coronavirus y la reducción de emisiones por los confinamientos no es correcta; la conexión real es la que existe entre el incremento de las emisiones, el deterioro de los ecosistemas y la aparición de nuevos virus. Como afirma el biólogo Josef Settele, la pandemia es solo un indicador de la crisis del clima y de la diversidad biológica.

La conmoción causada por la borrasca “Filomena” en las primeras semanas de enero ha levantado muchos debates, pero solo los meteorólogos acertaron, primero en el aviso y después en el diagnóstico. El calentamiento altera la circulación atmosférica y los episodios climáticos extremos se suceden cada vez con más frecuencia. El deshielo del Ártico sería el primer responsable, pero ese debate no interesa porque obliga a hablar de los límites del planeta y los límites del crecimiento.

Si los planes aprobados de mitigación y adaptación al cambio climático sirvieran para algo deberíamos estar ya preparados para las próximas borrascas. Mientras tanto el reto, en palabras de Noam Chomsky, es que “para acabar con la crisis hay que acabar con las emisiones”.

El greenwashing es fruto de la ambigüedad política

La denuncia de la ONU sobre la incoherencia de los planes de los gobiernos para cumplir el Acuerdo de París de reducción del 40% de las emisiones en 2030 no ha suscitado ninguna respuesta hasta ahora y, por el contrario, continúan adoptándose decisiones que permitirán que las emisiones sigan creciendo.

La Unión Europea aprobó en junio de 2020 el Reglamento (UE) 2020/852, para facilitar las inversiones sostenibles, en el que, para proteger la biodiversidad y los ecosistemas, establece conceptos como el de la neutralidad tecnológica y el de las actividades facilitadoras por los que cualquier tecnología o actividad que ayude a otras actividades a contribuir a uno o varios objetivos de sostenibilidad medioambiental podrá ser etiquetada como actividad sostenible, aunque emita gases con efecto invernadero.

El reglamento no excluye ninguna actividad, por lo que la taxonomía europea sobre las inversiones sostenibles queda sumida en una ambigüedad que hará del greenwashing una práctica para una recuperación más gris que verde de la economía europea y facilitará el uso poco sostenible de los recursos del Next Generation UE. No todas las tecnologías sirven para luchar contra el cambio climático.

El reglamento de la taxonomía, al sustituir el principio de neutralidad climática por el de neutralidad tecnológica confirma la ambigüedad del Pacto Verde europeo al permitir que actividades insostenibles puedan considerarse como sostenibles (el gas fósil y la energía nuclear).

Se extiende la misma ambigüedad a la interpretación de la Directiva (UE) 2019/944, del mercado interior de la electricidad, que establece el procedimiento de autorización de nuevas instalaciones de generación eléctrica, en el que se deberá tener en cuenta la protección de la salud y la seguridad públicas, la protección del medio ambiente, la ordenación del territorio y alternativas de eficiencia energética y gestión de la demanda antes de autorizar nuevas instalaciones energéticas. La protección del clima y del medio ambiente es una obligación que los gobiernos deben imponer a las empresas eléctricas.

La ambigüedad se traslada también a la valoración de los Planes Nacionales Integrados de Energía y Clima (PNIEC). El Reglamento (UE) 2018/1999, sobre la gobernanza, no contempla los límites ambientales para cumplir la dimensión de descarbonización de los PNIEC que sí tiene en cuenta la Directiva (UE) 2018/2001 de renovables. Todo ello permite unos PNIEC hasta 2030 cargados de energía fósil, con predominio de la generación centralizada sobre la distribuida, en contra de lo que promueven las directivas europeas.

¿Recuperación verde?

La encuesta que realizó el Banco Europeo de Inversiones sobre el clima a finales de 2020 señalaba datos para reflexionar. El 76% de los españoles entrevistados considera que el cambio climático ya ha impactado en su vida diaria. La preocupación por el cambio climático ha caído del tercer al sexto puesto, tres menos que en la encuesta anterior. La preocupación por la pandemia y sus efectos ha desplazado al cambio climático. Sin embargo, el 64% cree que la economía debe reorientarse para combatir el calentamiento, por encima del 57% de media de la UE, y un 79% aceptaría medidas más estrictas que obliguen a los ciudadanos a cambiar su comportamiento para hacer frente al cambio climático.

La sociedad española está más concienciada sobre la gravedad de los impactos climáticos, pero lo que ha demostrado la borrasca Filomena y la pandemia de la Covid-19 es que España no está preparada para enfrentarse al cambio climático.

El concepto de recuperación verde, o giro verde de eléctricas, petroleras y bancos, se circunscribe a una operación dirigida a mejorar su valor reputacional y posicionarse en el mercado ante futuras operaciones corporativas o la recepción del fondo europeo de recuperación y resiliencia. La penetración de fondos de inversión en el sector energético convierte la rentabilidad y no la sostenibilidad ambiental en su principal objetivo y amenaza la transición energética.

Ni siquiera las administraciones públicas son coherentes en sus políticas por carecer de una visión global y coordinada del medio ambiente y seguir funcionando como compartimentos estancos. Se necesita con urgencia rediseñar el modelo urbano, la edificación, el transporte y la calefacción; cambiar la regulación energética, el recibo de la luz, las funciones de eficiencia energética de los contadores inteligentes, las comunidades energéticas locales y la agregación de la demanda; establecer una fiscalidad que incentive el ahorro y la descarbonización y no el mayor consumo y las emisiones.

La recuperación solo será verde si los modelos de crecimiento se acompañan de un análisis de la demanda energética y del estudio de los ecosistemas y de la biodiversidad, porque un crecimiento que acelere el cambio climático está llamado al fracaso.

Nuevas reglas para cambiar el mercado energético

La relación entre la energía, la biodiversidad y la salud ha de entrar en los balances económicos y en las políticas de las administraciones públicas para impulsar un cambio en los comportamientos individuales. Para que la sociedad y la economía se adapten al cambio climático es preciso cambiar el mercado energético con nuevas reglas:

  • En primer lugar, aceptar que el primer problema es el medio ambiente y los límites del planeta frente a un modelo de crecimiento que supera la capacidad de los recursos naturales. Como consecuencia, el modelo energético no puede dedicarse únicamente a generar rentas sino a generar riqueza protegiendo los ecosistemas, la biodiversidad y promoviendo el desarrollo local.
  • En segundo lugar, la energía más barata y limpia es la de proximidad Km 0, es decir, la generación distribuida en cada centro de consumo. Es la que mejor optimiza la eficiencia y la gestión inteligente de la demanda con el control del consumidor y la mayor seguridad energética. Se trata de equilibrar el mix eléctrico con más energía distribuida, asignando un valor al ahorro de energía, para facilitar a los consumidores el acceso a los instrumentos de eficiencia energética, abrir la competencia y reconocer los derechos que las directivas europeas establecen para el consumidor activo.
  • En tercer lugar, la coherencia de las políticas públicas. El clima es un problema global que requiere la colaboración de todas las políticas sectoriales, principalmente las que afectan a los sectores más consumidores de energía y los más contaminantes, para impulsar un modelo económico basado en energías renovables y economía circular, sin emisiones ni residuos.

Cumplir el Acuerdo de París exige multiplicar el esfuerzo que se ha planificado hasta 2030 y no diluirlo en la estrategia de descarbonización para 2050. El cambio climático es un problema a muy corto plazo, tan corto que aún no hay conciencia de lo que significa. Es el principal reto de solidaridad intergeneracional. Si esa solidaridad falló en 2008, y de nuevo en 2020, no puede volver a hacerlo.